Era complétamente trágico el deseo de aquel anciano por aquella ninfa; la ninfa lo sabía y jugaba cruelmente con sus deseos, dirigiéndole miradas sensuales y permitiendo que el viento le ciñiera sus suves ropas al contorno de su cuerpo y que le levantara la falda.
Se halagaba a sí misma con las miradas trágicas de aquel caballero ridículo, porque el efebo que la acompañaba dirigía sus miradas a objetivos bien diferentes y más lejanos. Su deseo veleidoso necesitaba una nueva conquista, una sensación diferente y fugaz.
Ellos no estaban maduros para el amor.
Él había madurado tarde.
2 comentarios:
Ays, cuantas veces sucederá eso con las ninfas, jajaja, Un Café?
Muchas...
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