Podría haberme perdido para siempre dentro de ti y haberme ovlidado de mí mismo y transformarme en un ser diferente, ajeno a la dialéctica e irracional como tú.
No fueron, sin embargo, los ángeles del cielo ni alguna virtud cardinal quienes me salvaron de la caída al abismo, a tu abismo de proporciones infernales y humillantes.
No.
Antes bien acudió en mi rescate un pecado capital mayor que mi lujuria: mi soberbia.
Así fue como aprendí a respetar a los demonios...
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